Jueves 3.—A la mañanita el vapor dejó el fondeadero de Cañacao y se fué hacia Manila. A. poco vinieron lanchas y vapores pequeños conduciendo pasajeros. Cambiáronme mi camarote y me díeron el 22, interior, pero más grande, con la ventaja de un sofá. Entre los varios pasajeros que vinieron creo reconocer a D. P. Roxas y su hijo Periquín, ya muy crecido; a un alférez de navío, Piña; a un cubanó y un hacendero compañeros de viaje en el España. También creo que viene María Tuason, la casada con el Pájaro Verde. Entre los pasajeros, no obstante, no reconozco quién pudiera ser el marido. En una de las lanchas que vinieron a bordo vía D. Pedro A. Paterno. Este señor venía conduciendo a un cuñado suyo, llamado D. Manuel Piñeiro.
Este señor, eón el que hablé poco después, está enfermo de gastritis, y de ahí una profunda anemia, y de éstá el insomnio. Los médicos le han estado dando benzo-naphtol, pepsina, bismuto, etc.
Tan pronto como se sale del puerto se recogen las alfombras, se enfundan los cojines, etc. y el barco se queda feo—económico. La comida es muy regular y no cambian los cubiertos. El camarero dice: Señor, le recomiendo a V. conserve sus cubiertos, pues sino, puede contraer una enfermedad de la boca: figúrese ¡se echan todos en una vasija común!
Con este aviso, no cambio de cubiertos. Vienen, al parecer muchos militares a juzgar por las gorras engalonadas que traen. Viene un hermano jesuíta enfermo; le acompaña un sacerdote que tiene aire de ser poco jesuíta. El fraile no ha venido.