A BORDO DEL CASTILLA
Era el mismo hermoso barco a bordo del cual había estado en Dapitan el Octubre del ’94 cuando el Cpn. Gral. visitó aquellas playas. Entonces era un barco andando y paseándose, llevando a bordo la primera Autoridad de las Islas. Estaba lleno de oficiales, muchos galones, muchos sables; tenía una afinada banda de música que los chicos de Dapitan escucharon con religiosa sorpresa: tenía luz eléctrica. A bordo de este barco, S. E. me prometió trasladarme a La Unión o a !locos Sur. Habían pasado cerca de veintidós meses.
Ahora vuelvo a él, y a pesar de su numerosa dotación me parece oscuro, triste, muerto. Me anuncian al Sr. Comandante, quien me hace entrar en su despacho—un conjunto de pequeñas habitaciones sencillas pero convenientemente amuebladas y con mucho gusto—me hace sentar y me dice que de orden del Cpn. Gral. estoy detenido pero no preso, a bordo del barco, para evitar compromisos de amigos y enemigos. Contesté que me alegraba de las medidas que se tomaban para evitarme tales disgustos, y sólo sentía que el barco estuviese tan lejos de Manila pues esto me privaba del placer de ver a mis padres que no podrían venir por causa del mar. Me señalaron primero un camarote para aquella noche, bastante bueno, con los muebles necesarios, diciéndome que me darían otro al día siguiente. Al bajar, encontré en la Cámara a varios oficiales, uno de ellos me llamó la atención por su estatura, su mayor edad y sus barbas. Como tenía mucho sueño dormí inmediatamente que me acosté. Al día siguiente me cambiaron de camarote, dándome otro sin portilla pero bastante grande.