A las siete llegó mi compadre, Mateo Evangelista, uno de los que más trabajaron y ayudaron para conseguir mi pasaporte. Fuimos a ver el Salvadora, anclado en el río. Su capitán nos recibió bien, amigo, como era, de mi compadre, quien me recomendó a él.
Después visité a Dn. Pedro A. Paterno, que me dió una carta de recomendación para su amigo Esquivel pidiéndome llevara sus retratos a sus hermanos. Despedíme de su familia y saqué mis otros objetos.
A la tarde me despedí de los PP. jesuítas, los que me dieron eficaces cartas de recomendación para los PP. de Barcelona. Debo mucho a esta Religión; casi, casi todo lo que represento. Allí hallé a un señor, quien se ofreció voluntaria y bondadosamente a recomendarme también a sus amigos comerciantes.
De allí pasé a despedirme de mi querido profesor de dibujo, Dn. Agustín Sáez, quien sintió mucho mi salida.
Pasamos después mi tío Antonio, Gella y yo a cenar en el Café Suizo, con Rosauro de Guzmán. Mi antiguo amigo, Chéngoy, no podía seguirnos, enfermo, como estaba, de ojos.
Pasé a despedirme de mis amigas de Valenzuela, a quienes encontré vestidas, porque iban a visitarme, por vía de despedida. Allí encontré los retratos y el té, que Paterno mandaba a sus hermanos. Diéronme como recuerdo un cántaro de sopas y un cajón de chocolate, obsequio de la buena Capitana Sánday, madre de Leonor.
De allí a mi casa, concluyendo los últimos preparativos y escribiendo las últimas cartas.