Salí de Dapitan, a las 12 de la noche del Viernes, 31 de Julio de 1896.
El día antes, por la mañana, a los pocos momentos de haber llegado el Correo en el vapor España, recibí recado del Sr. Comandante P. M. deseando hablarme. Me entregó una carta de S. E. el Gobernador General D. Ramón Blanco y Erenas, en la que me comunicaba con fecha 1.° de Julio que mi petición o solicitud para ir de médico provisional a la Isla de Cuba había sido aceptada por el gobierno. En efecto, en vista de la carencia de médicos militares y a la indicación de un amigo, me había ofrecido al gobierno en clase de tal, primero en carta particular dirigida al Gobernador General, y después en instancia formal con fecha 18 de Diciembre de 1895. En verdad que había ya desistido de la idea de irme a Cuba pues por el mes de Abril, el gobernador del Distrito me había anunciado que mi petición no había sido admitida, y de resultas de ello había empezado obras varias para mejorar mi situación. Principié a dedicarme a cultivar mi tierra sembrando maíz y arroz; construía una embarcación que pensaba dedicar al negocio de cabotaje, con cabida de unos 300 cavanes poco más o menos; cambié el suelo de mi casa por buenas tablas y emprendí la obra de un hospital o casa de salud para albergar a los enfermos que venían de distintas islas del Archipiélago y se metían hasta en mi misma casa. Así que la carta de S. E. que algunos meses antes me habría llenado de júbilo, sin ocasionarme ninguna exacción, ahora me resultaba de un efecto agri-dulce: era un fiambre deseado que llegaba después de los postres. Verdad es que la carta no me decía que me embarcase, sino que “si persistía aún en mi idea el gobernador estaba facultado para darme un.fase para Manila, y que de aquí me pasaportarían para la Península, donde el Ministro de la Guerra designaría el cuerpo a que me debía incorporar.” Se me nombraba médico agregado al Cuerpo de Sanidad Militar.
Enterado de la carta, desde el primer momento dije que no me podía embarcar a vuelta de correo sino que esperaría el segundo para cobrar a algunos deudores y vende algunos objetos o efectos de mi pertenencia. El G. P. M. y yo quedamos en que así se lo escribiría a S. E. y que enviaría mi carta antes de las 4 p. m. del mismo día para incluirla él en la suya.
De vuelta a mi casa comuniqué la noticia a mi familia; mi buena hermana N.² se puso loca de contento, llorando y saltando, lo mismo que J. Mi servidumbre se puso muy triste y todos me querían seguir.
Había aplazado el viaje para el correo próximo, mas, pensándolo bien después en compañía de la familia, se decidió partir al mismo día siguiente y así hicimos nuestros preparativos, escribí al Sr. Comandante, y empecé a vender cuanto tenía.
Me lisongeo de creer que la gente de Dapitan ha sentido mucho la noticia de mi marcha y al día siguiente vinieron a despedirnos muchos, hasta la música del pueblo.
Los que salimos éramos: Josephine, mi hermana N. y su hija Ang. Mr. y Mrs. Súnico, mis tres sobrinos, seis chicos y yo. Pasamos el día en mi casa de la orilla del mar, la que yo habilitaba para hospital.
Nos embarcamos a las 5½ de la tarde en el España, como no había camarotes, nos pusieron a los nueve que éramos de 1.ª en un solo camarote, donde había seis camas, o literas. A las 12 de la noche del 31 de Julio (Viernes), dejamos Dapitan. Había estado en el distrito cuatro años, trece días y algunas horas. El G.P. M. se embarcó también conmigo.